La cisterna de la Basílica en Estambul: guarda de la memoria subterránea de Bizancio
- correio_da_historia

- 7 sept
- 2 Min. de lectura

En el corazón de la antigua Constantinopla, bajo las concurridas calles de Estambul, se erige un mundo subterráneo que parece suspendido en el tiempo. La Cisterna de la Basílica, construida en el siglo VI durante el reinado de Justiniano, es uno de los testimonios más impresionantes de la ingeniosidad bizantina y de la grandeza imperial que moldeó el Mediterráneo oriental.
Su función era práctica y vital. El depósito aseguraba el abastecimiento de agua al Gran Palacio de Constantinopla y a la ciudad en caso de sitio, aprovechando un sistema de acueductos que conectaba las colinas y traía agua desde kilómetros de distancia. Sin embargo, la monumentalidad del espacio revela más que mera utilidad. Allí se encuentran 336 columnas de mármol y granito, muchas reutilizadas de templos antiguos, que sostienen una bóveda silenciosa, donde la penumbra y la humedad crean una atmósfera de misterio casi religioso.
En el fondo del depósito descansan dos bloques esculpidos con cabezas de Medusa, colocados de manera invertida, uno de lado y otro cabeza abajo. El significado de este detalle permanece enigmático, oscilando entre la superstición y la simple reutilización de materiales de la Antigüedad. Para quienes descienden a las galerías iluminadas por reflejos del agua, la visión de estas figuras mitológicas transforma la visita en una experiencia entre lo sagrado y lo profano, como si la ciudad escondiera en sus subterráneos los fantasmas de su propia historia.
La cisterna atravesó siglos de olvido. Durante el dominio otomano, cayó en desuso, pero nunca perdió su aura legendaria. Viajeros europeos del siglo XVI, como Petrus Gyllius, la redescubrieron y relataron con asombro la visión de las columnas emergiendo de las aguas oscuras, sosteniendo el peso invisible de la ciudad. Hoy, transformada en espacio cultural y lugar turístico, continúa revelándose como uno de los lugares donde Estambul muestra más claramente su doble naturaleza: bizantina y otomana, oriental y occidental.
Visitar la Cisterna de la Basílica es entrar en una memoria subterránea que resiste el olvido. Cada gota que resuena en las bóvedas recuerda que la grandeza de una civilización no se mide solo por lo que construye en la superficie, sino también por lo que guarda en las sombras para asegurar su supervivencia.
Paulo Freitas do Amaral
Profesor, Historiador y Autor





Comentarios