Gulbenkian en Portugal: el exilio fecundo de un visionario
- correio_da_historia

- 9 sept
- 2 Min. de lectura

La historia de Portugal del siglo XX está marcada por la llegada de hombres y mujeres que, venidos de fuera, hallaron aquí un refugio seguro y terminaron dejando un legado duradero. Entre ellos, ninguno es tan decisivo como Calouste Sarkis Gulbenkian. Nacido en 1869 en Scutari, en el Imperio otomano, Gulbenkian pronto se convirtió en ciudadano del mundo: estudió en Marsella y Londres, hizo fortuna en los negocios petroleros en Oriente Medio y, durante décadas, se movió entre capitales europeas como París y Londres, siempre en la sombra, como él mismo solía decir, “el señor cinco por ciento” de las grandes compañías petroleras.
La Segunda Guerra Mundial lo empujó al exilio. Desarraigado, buscaba estabilidad, seguridad y discreción — cualidades raras en un continente en guerra. Fue en ese contexto cuando Portugal, neutral bajo Salazar, surgió como refugio. En 1942, se instaló en Lisboa. Vivió primero en el Hotel Aviz, luego en la Avenida de Berna, y finalmente encontró en Portugal no solo asilo, sino la paz necesaria para pensar en el futuro de su inmensa fortuna.
La vida lisboeta de Gulbenkian fue discreta, casi invisible. Prefería la intimidad al brillo, los salones privados al espacio público. Sin embargo, nunca estuvo desligado de la cultura. Coleccionista obsesivo, había reunido a lo largo de su vida un acervo único: arte egipcio, grecorromano, islámico, renacentista, barroco, impresionista. Un museo en potencia, guardado en cofres y almacenes, a la espera de destino. Fue en Lisboa, lejos de los tumultos del mundo, donde maduró la idea de perpetuar esa obra.
Murió en 1955, pero el gesto mayor solo entonces se cumplió. La Fundación Calouste Gulbenkian, creada por testamento, se erigió en Lisboa como un verdadero templo de la cultura moderna. Biblioteca, auditorio, museo, jardines — todo respira su visión de que la riqueza no debe ser solamente un bien privado, sino una fuente de bien común. Portugal, que había sido tierra de paso, se convirtió en destino final y patria adoptiva de un hombre que no era portugués, pero que dejó al país una de sus instituciones culturales más sólidas.
La vida de Gulbenkian en Portugal nos enseña que la grandeza puede nacer del exilio. Él, que había sido extranjero en tantas tierras, encontró aquí reposo. Y nosotros, herederos de su generosidad, descubrimos que la identidad de un país también se construye a partir del legado de aquellos que, venidos de lejos, deciden confiar en él.
Paulo Freitas do AmaralProfesor, Historiador y Autor





Comentarios